Cuando nos conocimos
Rischa: La verdad es que no me
llamó mucho la atención que se metiera. No era ni de lejos la primera vez que
veía a un “espontáneo” meterse en medio de una pelea que ni le iba, ni le
venía. Algunos eran héroes, otros buscabullas. Pero todos necesitaban
urgentemente comprarse una vida. Una para ellos. Una para dejar de meter las
narices en la de los demás.
Azafrán: No sólo se había llevado
la del pulpo… joder, esos tíos empezaban a ponerse demasiado cariñosos con él, ¿entiendes?
Y no iba a dejar que abusasen de aquel tipo en mis narices… no, joder, ni de
puta coña. ¿Sabes lo que dice de ti que seas un tipo grande y te cojas a dos
amigos para meterte con alguien más débil y pequeño que tú? Que eres un cobarde
de los putos cojones.
Todo pasó muy deprisa. Supongo
que porque me pasé demasiado tiempo pensando cómo abordar la situación y se me
hizo tarde para actuar de forma racional. Sin darme cuenta, me planté allí tras
un par de zancadas y empujones. Aquel tipo grande y grasiento no me vio llegar,
pero sí se dio cuenta del cañón que tenía apuntando entre las cejas.
Era el… tipo de trabajo heroico y
honrado que me hubiese gustado poder dejarle al viejo revolver de mi abuelo,
pero… en aquellos momentos sólo tenía conmigo aquella AL200 semiautomática, tan
fría e impersonal… pero bueno, servía para bajarles los humos a los tipos que
iban duros. Y en aquél momento era justo lo que necesitaba.
Los amigos empezaron a ponerse
nerviosos y el tío masculló algo que sonaba entre fanfarronada y disculpa.
Acercarme y retirar el seguro ayudó a acelerar las cosas. Recularon hasta
desaparecer entre la gente, que murmuraba, chismosa, con la escena. Cuando
estuve segura de que no volverían, me fijé en el muchacho. Flacucho, despeinado,
con la cara hinchada y sanguinolenta… y con muy mala pinta en general. Se
tambaleaba en un intento bastante torpe de recolocarse la ropa. Pero todo lo
hacía con una parsimonia monocorde y pasiva… como si no estuviese aliviado, ni
agradecido, ni nada de nada.
Lo primero que pensé fue “joder,
esté tío está completamente lelo”. Poco después descubrí que realmente lo que
estaba era colocado hasta cejas; pero bueno, para el caso era más o menos lo
mismo. Y ahí estábamos los dos, en aquel bar, siendo el centro de tooodas las
miradas. Y ahora que la escenita se había acabado, empezaba a ser hora de
largarse. Yo estaba dispuesta a escabullirme con la mayor celeridad posible.
Pero éste… éste seguía ahí parado, con sus ojos de perro vagabundo clavados en
el suelo.
Me dio taaaaanta lástima… que me
eché a la espalda lo que parecía ser su mochila e hice que él me pasara su
brazo por los hombros. Y hay que joderse… menuda idea la mía. Olía… joder, cómo
decirlo de forma fina. A ver… espera, estoy pensando en alguna metáfora. No sé
cuál sería la mejor forma de decirlo… el pobrecillo olía como el váter de una
discoteca después de un fin de semana demasiado largo. Pero que muy
laaaaaaaaaaaaargo. Fue como “OH-DIOS-MÍO-QUÉ-PUTO-ASCO”… lo tenía apoyado
contra mí y se me encogía el estómago. Parecía mentira, pero agarrar a ese tipo
hacía que tuviese todavía MÁS GANAS de salir de aquel tugurio… y respirar el maldito
aire fresco. Así que apreté el paso procurando respirar lo justo para no
marearme y, una vez en la calle, busqué una esquina tranquila en la que
apoyarlo mientras pensaba qué hacer. Porque no tenía ni la más remota idea.
Intenté preguntarle cosas
básicas: su nombre, si tenía amigos, dónde vivía… todo lo que alcancé a deducir
fue que se llamaba algo así como “Richard” y que, por lo menos, hablaba mi
idioma. A todo lo demás simplemente respondía meneando la cabeza, por lo que
tampoco era muy difícil llegar a la conclusión de que simplemente no tenía
dónde caerse muerto. Así que no podía dejarlo allí tirado sin más… ¿pero qué
iba a hacer con él si me lo llevaba? Yo no soy médico, apenas podría sugerirle
algo más que una ducha caliente y un café con sal. ¿Y si se quedaba dormido y
no se despertaba nunca? Joder, aquello sí que sería un marrón de campeonato. Un
muerto en mi nave… no, ni de coña. Que primero lo viese un médico, por si acaso
tenía algo roto por dentro.
Por fortuna, algunos años como
cazarrecompensas me habían ayudado a conocer bien ese tipo de clínicas tan
populares en los planetas del borde exterior, en las que los médicos remiendan
y no preguntan. Parece la solución ideal si uno tiene problemas con la salud y
con la policía… pero hay que saber elegir. Por supuesto que hay gente sin
escrúpulos que se ofrece a curar sin haber estudiado jamás nada parecido a la
medicina: esos son los oportunistas. Son malos, pero no los peores. A los
verdaderamente temibles se los conocía como “carniceros” y muchos de ellos eran
licenciados que sabían bien lo que hacían. Pero el problema estaba en que… sus
verdaderos clientes no eran los pobres desgraciados que se arrastraban hacia
ellos en busca de ayuda. No, qué va… aquella gente trabajaba para mafias…
traficantes de órganos, traficantes de identidades... podían necesitar un
hígado, una dentadura o un cadáver con alguna característica física concreta y
oportuna. Los carniceros se encargaban de proporcionárselo por una módica suma.
Sin problemas, sin papeles, sin moral. Sólo carne por dinero.
Por fortuna yo conocía al tío
Nuaj y tenía buena relación con él, uno de los pocos profesionales limpios y
legales que quedaban. Había sido médico militar y como siempre nos habíamos
llevado bien me dejaba pagar de… bueno, de manera poco convencional. No… no
pienses mal, no es nada de eso. Quiero decir… era un hombre muy interesante a
pesar de ser cuarentón, flaco, con la nariz aguileña y los ojos caídos… pero no
van por ahí los tiros. Soy O- y solía
pagarle con sangre. Siempre bromeábamos y me decía que era una gran escudera en
su lucha contra las heridas del personal.
Pero primero teníamos que llegar
a la clínica. Costó un poco que nos cogiese un taxi, pero bueno, al final llegó
uno que paró. No, el problema no era el tío con pinta de colgado y
potencialmente peligroso para la tapicería… en esos sitios están acostumbrados
a llevar a gente así a todas horas. ¡El problema era yo! Se me veía sobria y
eso significaba muy probablemente que no iba a dejar que nos robasen… ¡mal
asunto! Pero bueno… como decía, un tipo honrado que se conformaba con que le
pagásemos la carrera nos cogió y nos llevó hasta el tío Nuaj.
Me lo devolvieron con un lavado
de estómago y algunos puntos… sight, ojalá me lo hubiesen lavado también por
fuera, pero todo no se puede pedir. Ahora al menos no iba a morirse y podía meterlo
tranquila en el Flying Mariposita…
Rischa: Me dejaste durmiendo en
la entrada del hangar, ¿verdad? Al menos tuviste el corazón de soltarme en una
zona a la que llegaba la calefacción…
Azafrán: Sí, lo sé… me da
vergüenza contarlo, dice muy poquito de mí como persona… pero estaba muerta y
no tenía ninguna gana de ponerme a arreglar una cama. Y menos ganas tenía de
que pisases mi nave sin haberte dado un baño con salfumán. De hecho, nada más llegar
lo primero que hice fue descalzarte. Aquellas botas mugrientas y espurreadas
sólo podrían tocar mi Mariposita por encima de mi cadáver.
Rischa: ¿Ves? ¡Ya te estás
inventando palabras!
Azafrán: ¿inventarme QUÉ?
Rischa: ¡Espurreado!
Azafrán: ¡Eso existe! Si no sabes
lo que significa búscalo en el diccionario, que para eso te regalé uno.
Rischa: Sabes que no me apaño
para usarlo…
TinHinan: No te preocupes,
Rischa. Yo tampoco conozco lo suficiente vuestro idioma… y no sé lo que
significa. Si quieres te ayudo a buscarlo, ¿vale? Y de paso voy a traerme
galletas. Esta historia está muy interesante.
Que corazón tan grande el de Azafrán, tener que cargar con semejante personaje XD Aunque... más bien parece cosa del destino ^^
ResponderEliminarYo creo que sí que calza una talla bastante grande de corazón, jaja. Y el pobre Rischa es un poquillo desgraciado, pero muy buena gente XP
Eliminar